CONVENTOS EN AMERICA LATINA Y EN EL PERU
Por
ÁNGEL MARTÍNEZ CUESTA, O. R. A.
(recopilación por JORGE
MARIATEGUI CHUMB EZ)
Más llamativos
resultaban a los ojos de los contemporáneos
los enfrentamientos
electorales, las violaciones de la
clausura, la excesiva
familiaridad entre monjas y confesores
y las frecuentes
visitas de seglares a los conventos, conocidas
en México, Colombia y
otras regiones con el nombre de
"devociones"97,
alguna eventual insubordinación o los enfrentamientos
con frailes y obispos
por motivos jurisdiccionales.
De todos estos abusos
queda constancia en los relatos
y crónicas de la época,
pero sólo el primero parece que fuera
bastante general.
También se dieron violaciones graves de los
votos, pero los datos
disponibles no nos permiten cuantificarlas.
Escándalos graves como
los que tuvieron lugar en el
monasterio de Santa
Catalina de Puebla a fines del siglo xvi,
en su homónimo de Quito
y en el de la Encarnación de
Popayán a principios
del siglo XVII o en Santa Catalina
de Arequipa a
principios del xix no debieron de ser frecuentes.
Entre 1770 y 1780
algunas comunidades de Oaxaca se
vieron implicadas en
líos con confesores poco escrupulosos
que las envolvieron en
escándalos y juicios en que hubo de
intervenir la
Inquisición98. En 1701 las monjas de la Concepción
de México se amotinaron
y llegaron a amenazar
de muerte a la
abadesa. En 1718 el virrey de Nueva España
se vio obligado a
acudir a la fuerza para reducir a las monjas de Santa Clara, que estaban
enfrentadas con el
provincial de los
franciscanos 10°. Poco más tarde las carmelitas
descalzas de Córdoba
desconocían la autoridad de José
Antonio Gutiérrez de
Ceballos, obispo de Tucumán (1733-
1740), que quería
extirpar algunos abusos que se habían infiltrado
entre ellas101, y un
grupito de capuchinas de Buenos
Aires, encabezadas por
Ana María Cáceres (f 1787), se negó
a aceptar las órdenes
de su obispo durante casi cuatro
lustros102En los
monasterios grandes las elecciones daban, a veces,
ocasión a tumultos y
escándalos. En 1675 el arzobispo
de Lima veía en ellas
el origen de la relajación que se había
apoderado de los
conventos y abogaba por su abolición:
El peso mayor que esta
dignidad de arzobispo de Lima tiene
es su gobierno de los
conventos de monjas, porque, siendo muchos,
están todos sujetos a
ella y son algunos tan numerosos que
pasan de trescientas
religiosas de velo negro, fuera de legas, donadas
y criadas, que componen
número de más de mil mujeres en cada
uno, y los demás son a
esta proporción. Esta numerosidad tan grande
[... ] es una de las
causas para la relajación en que han venido.
Pero la principal, que
lo perturba todo, se reduce a las elecciones
de las abadesas, que,
por tener mucha mano en las haciendas, que
son cuantiosas, se
pretenden las abadías con extraordinarias y muy
torcidas diligencias,
tanto que poco ha, en tiempo del conde de
Lemos, una elección de
éstas tuvo inquieta y alborotada toda la
ciudad y escandalizado
todo el reino por los alborotos que en ella
hubo. Que como las más
monjas son naturales de la ciudad y de lo
principal de ella,
empeñan a sus deudos en la pretensión, con que
viene a ser causa común
casi de todos. Pero la principal, que lo perturba todo, se reduce a las
elecciones
de las abadesas, que,
por tener mucha mano en las haciendas, que
son cuantiosas, se
pretenden las abadías con extraordinarias y muy
torcidas diligencias,
tanto que poco ha, en tiempo del conde de
Lemos, una elección de
éstas tuvo inquieta y alborotada toda la
ciudad y escandalizado
todo el reino por los alborotos que en ella
hubo. Que como las más
monjas son naturales de la ciudad y de lo
principal de ella,
empeñan a sus deudos en la pretensión, con que
viene a ser causa común
casi de todos.
Estas diligencias se
anticipan mucho tiempo antes que vaquen
las abadías, con
demostraciones exteriores en las parcialidades que
siguen esta o aquella
pretendiente, trayendo listones de colores diferentes
en los tocados, con que
dicen la parte que siguen y esto llega
a tanto exceso que los
seglares y los devotos usan de la misma seña
en los sombreros para
que se conozca la parcialidad que fomentan.
Y después de muy
controvertida la elección, en saliendo la electa,
hay festejos públicos,
con carreras de caballos en la parte vecina al
convento, y las
criadas, negras y mulatas, salen fuera con diferentes
instrumentos y divisas
a festejar la elección 103.
Cuatro años antes el
virrey tuvo que rodear el convento
de la Encarnación con
doscientos soldados para impedir la
comunicación de las
electoras con el exterior10
A veces se
formaban facciones que
organizaban auténticas campañas
electorales y luego
celebraban la victoria de sus candidatas
con carreras de
caballos y otros festejos tanto dentro como
fuera del monasterio.
En 1785 criadas y otras mujeres de
la Concepción de Lima
desfilaron por las calles de la ciudad
dando vítores a la
nueva abadesa y proclamando que había
salido elegida contra
la voluntad del arzobispo107. Por las
mismas fechas las
monjas de la Encarnación andaban divididas
en dos bandos y durante
algunos años formaron dos
comunidades
separadas108.
A veces se
formaban facciones que
organizaban auténticas campañas
electorales y luego
celebraban la victoria de sus candidatas
con carreras de
caballos y otros festejos tanto dentro como
fuera del monasterio.
En 1785 criadas y otras mujeres de
la Concepción de Lima
desfilaron por las calles de la ciudad
dando vítores a la
nueva abadesa y proclamando que había
salido elegida contra
la voluntad del arzobispo107. Por las
mismas fechas las
monjas de la Encarnación andaban divididas
en dos bandos y durante
algunos años formaron dos
comunidades
separadas108.
A veces se
formaban facciones que
organizaban auténticas campañas
electorales y luego
celebraban la victoria de sus candidatas
con carreras de
caballos y otros festejos tanto dentro como
fuera del monasterio.
En 1785 criadas y otras mujeres de
la Concepción de Lima
desfilaron por las calles de la ciudad
dando vítores a la
nueva abadesa y proclamando que había
salido elegida contra
la voluntad del arzobispo107. Por las
mismas fechas las
monjas de la Encarnación andaban divididas
en dos bandos y durante
algunos años formaron dos
comunidades
separadas108.
En 1680 es el obispo de
Arequipa
quien se hace eco de la
buena conducta de las monjas
de Santa Catalina 115.
Los obispos eran los
responsables últimos de la vida
de los conventos, ya
que casi todos estuvieron sujetos a su
jurisdicción desde el
mismo momento de su fundación. Incluso
las carmelitas
descalzas permanecieron siempre bajo
la obediencia de los
obispos. Otras, como las de la Encarnación
de Lima (1561), Nuestra
Señora de los Remedios
de Sucre (1585) y las
clarisas de Cartagena (1683) y Sucre
(ha. 1758), pasaron a
la jurisdicción episcopal tras incomprensiones
entre frailes y monjas
o entre frailes y obispos.
114 R. VARGAS UGARTE,
Historia, III, pág. 97. Treinta años más tarde,
a causa, entre otras,
de la invasión de Morgan (1671), la situación del convento
había empeorado
notablemente. El obispo Diego Ladrón de Guevara acusaba
a la abadesa de no
guardar la clausura, de descuidar la atención material de
las religiosas, que
debían buscar lo necesario fuera del convento, de vestir al
uso mundano y de tratar
demasiado con seglares. Para librar a la comunidad
de la ruina que la
amenazaba no veía otro medio que la venida de dos o tres
monjas de España y la
búsqueda de nuevos recursos económicos. Entre 1682
y 1688 las monjas
firmaron varias instancias para trasladar el convento a Perú
o Guayaquil, cf. R.
VAKGAS UGARTE, Historia, III, págs. 326-327.
1 1De ordinario, los
obispos mostraron interés por el bienestar
material y espiritual
de los conventos. Luis López
de Solís, en los doce
años que gobernó la diócesis de Quito
(1594-1606), reformó el
convento concepcionista de Pasto
y secundó la fundación
de un convento de clarisas y tres
de concepcionistas.
Agustín Ugarte de Saravia patrocinó las
fundaciones de las
carmelitas descalzas en Cartagena, Lima
y Quito. Pedro
Villagómez, arzobispo de Lima (1641-1671),
dotó espléndidamente a
las agustinas recoletas de El Prado.
Lo mismo hicieron
Manuel Fernández de Santa Cruz (1676-
1699), con sus hermanas
de Puebla, y Luis Ladrón de Guevara
(1700-1704), con las
carmelitas descalzas de Ayacucho.
Jaime Mimbela
(1721-1739) favoreció la fundación de las
carmelitas descalzas en
Trujillo e intentó transformar en
convento el beaterío de
Concebidas de Cajamarca. Juan
Bravo de Rivero
(1735-1743), contribuyó a la reedificación
de los conventos de las
agustinas, clarisas y capuchinas, destruidos
por el terremoto que
asoló Santiago en 1730. Y la
lista se podría alargar
sin dificultad alguna
No faltaron tampoco
obispos que, conscientes de la dignidad
de la vida religiosa,
se esforzaron por remover los
lunares que afeaban su
rostro. Podemos recordar, además
de los ya citados en
páginas anteriores, a Juan Almoguera
(1674-1676) en Lima,
Luis Fernández de Piedrahíta (1676-
1688) en Panamá,
Francisco de Borja (1680-1689) en Trujillo,
Antonio de León
(1679-1708) en Arequipa, Francisco
Romero (1719-1726) en
Quito, Gutiérrez de Ceballos (1733-
1740) en Córdoba, y
Francisco de Aguiar y Seijas (1682-1698)
y José Pérez de
Lanciego y Eguilaz (1711-1728) en México
Las criadas
eran totalmente imprescindibles
y la clausura, aun temporal,
de los noviciados no
dejaría de repercutir negativamente
sobra la misma vida
social y económica de la colonia. Sin
el dinero fresco de las
dotes, los conventos no podrían conceder
más préstamos a
comerciantes y agricultores, con la
consiguiente
disminución de la actividad económica general.
En vísperas de la
Independencia la
marquesa de Selva Nevada tenía una celda
de retiro en el
convento de Regina de México; y sus hijas,
en el de San Jerónimom.
Sólo algunos conventos aislados
la aceptaron sin
mayores dificultades.
Desgraciadamente, no me
ha sido
posible consultar la
obra de NURIA SALAZAR DE GARZA, La vida común en los
conventos de Puebla,
Puebla, 1990.
Desgraciadamente, no me
ha sido
posible consultar la
obra de NURIA SALAZAR DE GARZA, La vida común en los
conventos de Puebla,
Puebla, 1990.
celebrado entre el 1772
y 1773 por orden de Carlos III. En
la primera sesión
denunció el excesivo número de religiosas
y en la última aprobó
un plan orgánico de reforma, articulado
en 16 puntos. A
semejanza de sus colegas mexicanos,
los obispos peruanos
también insistían en la reducción del
número de religiosas,
en la regulación del peculio, en la
clausura rigurosa y en
la separación entre religiosas y pupilas
123. El concilio no
recibió nunca sanción legal124, pero
casi todas sus
disposiciones fueron recogidas por el arzobispo
Diego Antonio de Parada
en un auto general de reforma
(1775), que mereció la
aprobación real en mayo de 1785
El auto sembró confusión
e inquietud en los monasterios.
Algunas monjas se
creyeron excomulgadas y hubo necesidad
de enviar visitadores
para tranquilizarlas. Pero su
eficacia práctica fue
bastante limitada. En 1793 el arzobispo
Juan Domingo Reguera
desistió de visitar el monasterio de
la Concepción por miedo
a provocar mayores males. Poco
antes se había visto
obligado a deponer a la abadesa del
monasterio dominico de
Santa Catalina. Los esfuerzos de
los obispos de Arequipa
por imponer la vida común entre
las catalinas de la
ciudad también tropezaron con graves
obstáculos126.
QUE HACIAN LAS MONJAS
DURANTE EL DIA
La jornada comenzaba a
las
seis con el rezo de
prima, al que seguía la misa conventual.
A las 8 el desayuno,
que consistía en pan, huevos, leche y
mantequilla. A las 9 volvían
a la iglesia para rezar tercia.
De 9 y 30 a 12 era
tiempo de trabajo. Las constituciones ordenaban
que lo hicieran todas
juntas en la sala de labor, pero
de ordinario se solía
hacer en las celdas o reunidas en pequeños
grupos. A las 12
recitaban sexta y a continuación
se retiraban a sus
celdas para la comida. La carne sólo faltaba
los viernes. A las tres
rezaban nona. Luego había tiempo
para el trabajo y el
descanso. Al caer de la tarde rezaban
vísperas, tenían un
rato de recreo y, tras rezar completas,
se retiraban a reposar.
El rezo de maitines y laudes interrumpía
el sueño a media noche.
La vida penitencial no era
particularmente severa.
Ayunaban los días señalados por la
Iglesia, tenían
capítulo de culpis todas las semanas y se confesaban
todos los viernes. La
comunión sólo era obligatoria
en las grandes
solemnidades128.
En los conventos de
recoletas y descalzas la situación
era muy distinta. Las
comunidades eran pequeñas. Si se
exceptúan las
concepcionistas descalzas de Lima, ninguna
superaba la barrera de
los 40 miembros. Todas vivían en
celdas individuales,
sin apenas niñas ni damas de compañía,
comían juntas en el
refectorio y vestían del ropero común.
El número de criadas
era muy reducido. Por el contrario,
dedicaban largos ratos
a la oración, especialmente a la mental,
en la que solían
consumir dos horas diarias, comulgaban
muy a menudo, excluían
cuanto sonara a peculio personal,
privilegio o trato de
excepción, y sus ayunos y penitencias
128 OCTAVIO PAZ, Sor
Juana de la Cruz o las trampas de la je, México,
1986, pág. 176. El
horario de las catalinas de Puebla preveía un tiempo de
oración mental, misas
de devoción y disciplinas corporales, cf. ROSALVA L. LÓPEZ,
Los espacios de la vida
cotidiana en los conventos de calzadas de la ciudad de
Puebla, 1765-1773, en /
Congreso Internacional, págs. 202-203. Las religiosas
de la Enseñanza Nueva
de México se levantaban a las 4 y 30, daban la preferencia
a la oración mental y
dedicaban seis horas diarias a la enseñanza, cf. J. MURIEL,
Conventos, pág. 467.
Las capuchinas rechazaban toda clase de
rentas y vivían de su
trabajo y de la caridad pública130.
La gente advertía estas
diferencias y las apreciaba. El
VI Concilio Provincial
de Lima (1772-1773) recordó a los
obispos que velaran por
el mantenimiento de "tan loables
costumbres":
"como en los monasterios que llaman recoletas
no hay sirvientas
particulares ni muchachas de educación,
siendo esto tan
importante para la quietud de las religiosas,
se encarga a todos los
prelados el que celen sobre el exacto
cumplimiento de tan
loables costumbres"m. Poco después
el virrey Manuel
Guirior escribía en su Relación de mando
(1780): "En los
conventos de recolección no hay nada que
notar, salvo en el de
agustinas de El Prado, en el que ha
habido que nombrar
presidente para aquietar los ánimos"132.
En los conventos
calzados tampoco faltaron almas enamoradas
de su vocación.
Recordamos a Juana de Jesús y
Gertrudis de San
Ildefonso, clarisas de Quito138; Catalina
María Herrera y Juana
de la Cruz, concepcionistas de la
misma ciudad139; a Inés
de la Encarnación (f 1650), fundadora
del monasterio
cartagenero de Santa Clara140; a
Sebastiana Josefa de la
Trinidad (1709-1745), monja sumamente
austera y recogida del
convento mexicano de San
Juan de la
Penitencia141; a Catalina Estrada, clarisa de
Ayacucho, que se
distinguió por su caridad para con los
enfermos, y, sobre
todo, a María Jesús Tomelín (1579-1637),
concepcionista de
Puebla142, y a Ana de los Ángeles Monteagudo
(1602-1686), dominica
de Arequipa, beatificada por
1 3 5 J. MURIEL,
Cultura femenina novohispana, págs. 398 y sigs.
136 JUAN FLÓREZ DE
OCÁRIZ, Genealogías del Nuevo Reino de Granada,
1/3, Bogotá, 1955,
págs. 81-84.
137 JOSÉ M. PACHECO,
Historia extensa de Colombia, XIII/2, págs. 526-527.
138 R. VARGAS UCARTE,
Historia, IV, pág. 44.
139 Luis E. CADENA Y
ALMEIDA, Ligera bibliografía sobre el ambiente histórico,
cultural, social y
espiritual de la segunda mitad del siglo XVI en Quito...,
en / Congreso
Internacional, I, págs. 324-325.
140 José M. PACHECO, Historia
extensa de Colombia, XIII/2, pág. 525.
X41 JOSÉ EUGENIO
VALDEZ, Vida admirable y penitente de la V. M. sor
Sebastiana Josefa de la
SS. Trinidad, religiosa de coro y velo negro en el religiosísimo
convento de San Juan de
la Penitencia, México, 1765; J. MURIEL,
Conventos, págs.
175-185.
142 MARIANO CUEVAS,
Historia de ¡a Iglesia en México, IV, págs. 203-227;
FÉLIX DE JESÚS MAKÍA,
Vida, virtudes y dones sobrenaturales de la v. sierva
de Dios sor María de
Jesús, religiosa profesa en el monasterio de la Purísima
e Inmaculada Concepción
de Puebla, Roma, 1756; Positio super virtutibus, Roma,
1785; Enciclopedia
Sanctorum, VIII, Roma, 1966, ce. 1.008-1.009.
También fue
significativa la contribución de las monjas
calzadas a la educación
y formación cristiana de la mujer.
Gracias a ellas hubo en
Iberoamérica una cierta cultura femenina.
En su libro Cultura
femenina novohispana, Josefina
Muriel ha identificado
a 102 monjas escritoras y compositoras
de música. En sus
conventos las monjas enseñaban a las
niñas las primeras
letras y luego las "adiestraban en la música,
el teatro, el baile y
en artes y oficios afines, como la
costura, el bordado y
la cocina"144. Su labor arrancó a Tomás
Gage, un viajero que
recorrió en el primer tercio del
siglo xvn, las siguientes
apreciaciones: "Los caballeros y vecinos
envían a sus hijas a
estos conventos para que las eduquen.
Allí se las enseña a
hacer toda suerte de conservas y
confituras, toda clase
de obras de aguja, todas las formas
y estilos de música [ .
. . ] . Además, enseñan a esas niñas a
representar piezas
dramáticas y, para atraer a la gente, las
hacen recitar"
145.
El 9 de febrero de 1618
Paulo V, confirmando anteriores
intervenciones de
Gregorio XIII (1573) y Gregorio XIV
(1591) en favor del
convento de la Encarnación de Lima149,
permitió a los
conventos limeños de la Encarnación, la Concepción
y Santa Clara la
admisión de educandas dentro de
sus muros, y a fines de
siglo imitaron su ejemplo los de Santa
Catalina y la Santísima
Trinidad 150
En 1573 en las clarisas
de El Cuzco se
educaban treinta
doncellas pobres. Las posteriores restricciones
de Urbano VIII y
Benedicto XIV quedaron en letra
muerta151.
El programa
desarrollado
Entre las jerónimas de
México profesó sor Juana Inés
de la Cruz (1648-1695),
poetisa de delicados sentimientos y
escritora de curiosidad
universal. Logró reunir en su biblioteca
privada más de 4.000
volúmenes y todavía hoy atrae
la atención de los
poetas y críticos literarios de dentro y
fuera de la nación. En
1982 Octavio Paz, premio Nobel de
literatura, le dedicó
una amplia biografía154. Entre las autoras
de escritos
autobiográficos descuella sor Francisca Josefa
del Castillo
(1671-1741), clarisa de Tunja, que por orden de
sus confesores, compuso
en una prosa llena de interés literario
y espiritual su Vida y
sus Afectos espirituales166. También
dejaron escritos de
interés María de San José (1656-
1718), agustina
recoleta de Puebla, Gertrudis de San Ildefonso,
clarisa de Quito,
Catalina de Jesús, dominica de la misma
154 Sor ¡uaná Inés de
la Cruz o las trampas de la je, México, 1986; de entre
la abundante literatura
sobre la ilustre poetisa, pueden verse también los estudios
de FRANCISCO DE LA
MAZA, Sor Juana Inés de la Cruz ante la historia, México,
1980, y MARIE-CÉCILE
BÉNAssY-BERLrNG. Humanisme et religión chez sor ¡uaná
de la Cruz: La jemme et
la culture au xviiemB Siecle, París, 1982 (traducción
española, México,
1983).
ciudad, y tantas otras
que están esperando quien rescate
su memoria.
Recientemente se ha publicado en Chile la autobiografía
de Úrsula Suárez, que
vivió entre las clarisas de
la Victoria en la
primera mitad del siglo xvm y es considerada
como la primera
escritora del país.
Roma.
ÁNGEL MARTÍNEZ CUESTA,
O. R. A.
Monasterios
No hay comentarios:
Publicar un comentario