viernes, 16 de junio de 2017

EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA

EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA. La leí de un tirón, porque la edición que escogí tenía solo 77 páginas. Es un escrito perverso. Corría por las páginas sin tregua, sin aliento, sin respiración, y no esperaba un final feliz, pero tampoco esperaba un terrorífico final. Gabriel García Marques, escribió esta novela corta antes de Cien años de soledad (1967), que fue su novela cumbre. La edito en Argentina en 1961, y fue Premio Nobel en 1982. Es una novela descarnada, no tiene un tapujos, es desnuda, inmisericorde. La pobreza de un militar que ha vendido casi todo para comer él y su mujer, que en toda la novela, tiene un mísero tratamiento, y lo acompaña sin querer en la miseria que irradia el Coronel. Ella podría haberlo abandonado cuando empezaron sus 15 años de horrorosa miseria, pero no, Ella se engañó, pero protestaba, cuando cada semana el Coronel se vestía para ir al puerto a engañarse de recibir una carta, carta que nunca llegó, pero cuya desesperación embarga al lector, que quiere que de todas maneras aunque sea al final llegue esa misiva, que traía la noticia de una pensión que le tocaba por haber defendido a su Patria. El lector quiere ayudarlo desde su entristecida silla en la que corre leyendo las líneas del perverso García Márquez, que no te da sosiego. Cuando amarró el gallo en la pata de la cama, me di cuenta que el sucucho donde vivía, era eso un sucucho, tapados contra los invasores sancudos, defendidos por dos mosquiteros que coronaban las camas de la pareja. El coronel pierde la vergüenza, cuando el hambre, lo hace envolver en periódicos en reloj de pared a cuerdas, para llevarlo a vender donde un conocido. Pero al llegar se encuentra con unos niños que amaban a su gallo y que le llevaban maíz todos los días. Maíz, que sirvió varias veces para que su mujer le prepare unas tortillas. Los chicos le preguntaron que a dónde llevaba ese reloj y él, el Coronel, se sintió avergonzado de su pobreza, y les mintió que lo llevaba a componer. Cada día de pobre es terrible, no diré terrible, es un problema que te persigue todo el día, todos los días, hasta completar cada ocho días en que su pobreza se esperanzaba con la llegada de la correspondencia, que yo, como lector sufría pensando que hoy, hoy le llegaría el documento oficial que le otorgaba su pensión. Que triste realidad la que vivía el Coronel cada día, pero debería haber unas palabras que encierren esta agonía de morirse de hambre. Hasta estuvo a punto de vender el gallo. El gallo es un personaje de la misma altura, que el Coronel y su mujer, los tres hacen una trilogía, y hasta llegan a pensar que el gallo les habla, pero por lo menos, los entiende, y como que les quiere hablar, y compartir su pobreza punzante. Un vecino que llegó vendiendo aceite de culebra con una culebra enrollada en el cuello es hoy, un “gran señor” con una casa grande, con negocios, y que le dijo que ese gallo costaba 20 mil pesos. Se lo comunicó a su mujer y la mujer le dijo que se lo vendiera. Ustedes tienen que leer estos momentos en que busca al vecino, que no era su amigo y quiere ofrecerle el gallo, y que lo deja esperando medio día, y no atiende lo que venía a pedirle, hasta que, saca de su caja fuerte mucho dinero para dárselo a su contador o administrador, para el pago de su personal, y al Coronel le da 700 pesos “en parte del gallo”. El gallo fue vendido, pero no pagado. Y así el Coronel, tuvo para comer algunos días. Y cuando pensaba en comer, pensaba más que todo en el maíz para el gallo, y fallaban tres meses para hacerlo pelear. El gallo que es un personaje, que no es descrito pero que cada lector, se imagina un gallo de pelea sin cresta colorado, corpulento, de garras sorprendentes que lo ayudaran a no ser arroz con gallo, sino vencedor. Como dijeron por allí algunos, que el gallo era del pueblo, y ya no del Coronel. Pero línea a línea vas sintiendo la miseria, la miseria que se une con tu incapacidad de poder trabajar para ganar algo en un pueblo paupérrimo, desolado, abandonado, pero sacudido por rayos y lluvias que duraban dos a tres días sin cesar. La desgarradora novela, te descubre la miseria y la compara con tu miseria, y haces aspavientos para no contagiarte de la miseria que transcurre en las perversas líneas que García Márquez, te va desollando tu mísero cerebro, y te convierte en un miserable lector, porque no tienes la posibilidad de poder ayudar con algo de tu mísero sueldo, para ayudarlo, para ayudarlos y para ayudar al pueblo abandonado a su soledad, y lejos de la mirada de sus políticos gobernantes. Que la miseria perversa, nunca antes leída, que lo comparas para sentirte al final de las últimas líneas, como un miserable. Chaclacayo, 14 de junio de 2017

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