sábado, 7 de octubre de 2017

CONVENTOS EN AMERICA LATINA Y EN EL PERU




 CONVENTOS EN  AMERICA LATINA Y EN EL PERU

 Por  ÁNGEL MARTÍNEZ CUESTA, O. R. A.

(recopilación por JORGE MARIATEGUI CHUMB EZ)



Más llamativos resultaban a los ojos de los contemporáneos

los enfrentamientos electorales, las violaciones de la

clausura, la excesiva familiaridad entre monjas y confesores

y las frecuentes visitas de seglares a los conventos, conocidas

en México, Colombia y otras regiones con el nombre de

"devociones"97, alguna eventual insubordinación o los enfrentamientos

con frailes y obispos por motivos jurisdiccionales.

De todos estos abusos queda constancia en los relatos

y crónicas de la época, pero sólo el primero parece que fuera

bastante general. También se dieron violaciones graves de los

votos, pero los datos disponibles no nos permiten cuantificarlas.

Escándalos graves como los que tuvieron lugar en el

monasterio de Santa Catalina de Puebla a fines del siglo xvi,

en su homónimo de Quito y en el de la Encarnación de

Popayán a principios del siglo XVII o en Santa Catalina

de Arequipa a principios del xix no debieron de ser frecuentes.

Entre 1770 y 1780 algunas comunidades de Oaxaca se

vieron implicadas en líos con confesores poco escrupulosos

que las envolvieron en escándalos y juicios en que hubo de

intervenir la Inquisición98. En 1701 las monjas de la Concepción

de México se amotinaron y llegaron a amenazar

de muerte a la abadesa. En 1718 el virrey de Nueva España

se vio obligado a acudir a la fuerza para reducir a las monjas de Santa Clara, que estaban enfrentadas con el

provincial de los franciscanos 10°. Poco más tarde las carmelitas

descalzas de Córdoba desconocían la autoridad de José

Antonio Gutiérrez de Ceballos, obispo de Tucumán (1733-

1740), que quería extirpar algunos abusos que se habían infiltrado

entre ellas101, y un grupito de capuchinas de Buenos

Aires, encabezadas por Ana María Cáceres (f 1787), se negó

a aceptar las órdenes de su obispo durante casi cuatro

lustros102En los monasterios grandes las elecciones daban, a veces,

ocasión a tumultos y escándalos. En 1675 el arzobispo

de Lima veía en ellas el origen de la relajación que se había

apoderado de los conventos y abogaba por su abolición:

El peso mayor que esta dignidad de arzobispo de Lima tiene

es su gobierno de los conventos de monjas, porque, siendo muchos,

están todos sujetos a ella y son algunos tan numerosos que

pasan de trescientas religiosas de velo negro, fuera de legas, donadas

y criadas, que componen número de más de mil mujeres en cada

uno, y los demás son a esta proporción. Esta numerosidad tan grande

[... ] es una de las causas para la relajación en que han venido.

Pero la principal, que lo perturba todo, se reduce a las elecciones

de las abadesas, que, por tener mucha mano en las haciendas, que

son cuantiosas, se pretenden las abadías con extraordinarias y muy

torcidas diligencias, tanto que poco ha, en tiempo del conde de

Lemos, una elección de éstas tuvo inquieta y alborotada toda la

ciudad y escandalizado todo el reino por los alborotos que en ella

hubo. Que como las más monjas son naturales de la ciudad y de lo

principal de ella, empeñan a sus deudos en la pretensión, con que

viene a ser causa común casi de todos. Pero la principal, que lo perturba todo, se reduce a las elecciones

de las abadesas, que, por tener mucha mano en las haciendas, que

son cuantiosas, se pretenden las abadías con extraordinarias y muy

torcidas diligencias, tanto que poco ha, en tiempo del conde de

Lemos, una elección de éstas tuvo inquieta y alborotada toda la

ciudad y escandalizado todo el reino por los alborotos que en ella

hubo. Que como las más monjas son naturales de la ciudad y de lo

principal de ella, empeñan a sus deudos en la pretensión, con que

viene a ser causa común casi de todos.

Estas diligencias se anticipan mucho tiempo antes que vaquen

las abadías, con demostraciones exteriores en las parcialidades que

siguen esta o aquella pretendiente, trayendo listones de colores diferentes

en los tocados, con que dicen la parte que siguen y esto llega

a tanto exceso que los seglares y los devotos usan de la misma seña

en los sombreros para que se conozca la parcialidad que fomentan.

Y después de muy controvertida la elección, en saliendo la electa,

hay festejos públicos, con carreras de caballos en la parte vecina al

convento, y las criadas, negras y mulatas, salen fuera con diferentes

instrumentos y divisas a festejar la elección 103.

Cuatro años antes el virrey tuvo que rodear el convento

de la Encarnación con doscientos soldados para impedir la

comunicación de las electoras con el exterior10

A veces se

formaban facciones que organizaban auténticas campañas

electorales y luego celebraban la victoria de sus candidatas

con carreras de caballos y otros festejos tanto dentro como

fuera del monasterio. En 1785 criadas y otras mujeres de

la Concepción de Lima desfilaron por las calles de la ciudad

dando vítores a la nueva abadesa y proclamando que había

salido elegida contra la voluntad del arzobispo107. Por las

mismas fechas las monjas de la Encarnación andaban divididas

en dos bandos y durante algunos años formaron dos

comunidades separadas108.

A veces se

formaban facciones que organizaban auténticas campañas

electorales y luego celebraban la victoria de sus candidatas

con carreras de caballos y otros festejos tanto dentro como

fuera del monasterio. En 1785 criadas y otras mujeres de

la Concepción de Lima desfilaron por las calles de la ciudad

dando vítores a la nueva abadesa y proclamando que había

salido elegida contra la voluntad del arzobispo107. Por las

mismas fechas las monjas de la Encarnación andaban divididas

en dos bandos y durante algunos años formaron dos

comunidades separadas108.

A veces se

formaban facciones que organizaban auténticas campañas

electorales y luego celebraban la victoria de sus candidatas

con carreras de caballos y otros festejos tanto dentro como

fuera del monasterio. En 1785 criadas y otras mujeres de

la Concepción de Lima desfilaron por las calles de la ciudad

dando vítores a la nueva abadesa y proclamando que había

salido elegida contra la voluntad del arzobispo107. Por las

mismas fechas las monjas de la Encarnación andaban divididas

en dos bandos y durante algunos años formaron dos

comunidades separadas108.

En 1680 es el obispo de Arequipa

quien se hace eco de la buena conducta de las monjas

de Santa Catalina 115.

Los obispos eran los responsables últimos de la vida

de los conventos, ya que casi todos estuvieron sujetos a su

jurisdicción desde el mismo momento de su fundación. Incluso

las carmelitas descalzas permanecieron siempre bajo

la obediencia de los obispos. Otras, como las de la Encarnación

de Lima (1561), Nuestra Señora de los Remedios

de Sucre (1585) y las clarisas de Cartagena (1683) y Sucre

(ha. 1758), pasaron a la jurisdicción episcopal tras incomprensiones

entre frailes y monjas o entre frailes y obispos.

114 R. VARGAS UGARTE, Historia, III, pág. 97. Treinta años más tarde,

a causa, entre otras, de la invasión de Morgan (1671), la situación del convento

había empeorado notablemente. El obispo Diego Ladrón de Guevara acusaba

a la abadesa de no guardar la clausura, de descuidar la atención material de

las religiosas, que debían buscar lo necesario fuera del convento, de vestir al

uso mundano y de tratar demasiado con seglares. Para librar a la comunidad

de la ruina que la amenazaba no veía otro medio que la venida de dos o tres

monjas de España y la búsqueda de nuevos recursos económicos. Entre 1682

y 1688 las monjas firmaron varias instancias para trasladar el convento a Perú

o Guayaquil, cf. R. VAKGAS UGARTE, Historia, III, págs. 326-327.

1 1De ordinario, los obispos mostraron interés por el bienestar

material y espiritual de los conventos. Luis López

de Solís, en los doce años que gobernó la diócesis de Quito

(1594-1606), reformó el convento concepcionista de Pasto

y secundó la fundación de un convento de clarisas y tres

de concepcionistas. Agustín Ugarte de Saravia patrocinó las

fundaciones de las carmelitas descalzas en Cartagena, Lima

y Quito. Pedro Villagómez, arzobispo de Lima (1641-1671),

dotó espléndidamente a las agustinas recoletas de El Prado.

Lo mismo hicieron Manuel Fernández de Santa Cruz (1676-

1699), con sus hermanas de Puebla, y Luis Ladrón de Guevara

(1700-1704), con las carmelitas descalzas de Ayacucho.

Jaime Mimbela (1721-1739) favoreció la fundación de las

carmelitas descalzas en Trujillo e intentó transformar en

convento el beaterío de Concebidas de Cajamarca. Juan

Bravo de Rivero (1735-1743), contribuyó a la reedificación

de los conventos de las agustinas, clarisas y capuchinas, destruidos

por el terremoto que asoló Santiago en 1730. Y la

lista se podría alargar sin dificultad alguna

No faltaron tampoco obispos que, conscientes de la dignidad

de la vida religiosa, se esforzaron por remover los

lunares que afeaban su rostro. Podemos recordar, además

de los ya citados en páginas anteriores, a Juan Almoguera

(1674-1676) en Lima, Luis Fernández de Piedrahíta (1676-

1688) en Panamá, Francisco de Borja (1680-1689) en Trujillo,

Antonio de León (1679-1708) en Arequipa, Francisco

Romero (1719-1726) en Quito, Gutiérrez de Ceballos (1733-

1740) en Córdoba, y Francisco de Aguiar y Seijas (1682-1698)

y José Pérez de Lanciego y Eguilaz (1711-1728) en México

Las criadas

eran totalmente imprescindibles y la clausura, aun temporal,

de los noviciados no dejaría de repercutir negativamente

sobra la misma vida social y económica de la colonia. Sin

el dinero fresco de las dotes, los conventos no podrían conceder

más préstamos a comerciantes y agricultores, con la

consiguiente disminución de la actividad económica general.

En vísperas de la

Independencia la marquesa de Selva Nevada tenía una celda

de retiro en el convento de Regina de México; y sus hijas,

en el de San Jerónimom. Sólo algunos conventos aislados

la aceptaron sin mayores dificultades.



Desgraciadamente, no me ha sido

posible consultar la obra de NURIA SALAZAR DE GARZA, La vida común en los

conventos de Puebla, Puebla, 1990.

Desgraciadamente, no me ha sido

posible consultar la obra de NURIA SALAZAR DE GARZA, La vida común en los

conventos de Puebla, Puebla, 1990.

celebrado entre el 1772 y 1773 por orden de Carlos III. En

la primera sesión denunció el excesivo número de religiosas

y en la última aprobó un plan orgánico de reforma, articulado

en 16 puntos. A semejanza de sus colegas mexicanos,

los obispos peruanos también insistían en la reducción del

número de religiosas, en la regulación del peculio, en la

clausura rigurosa y en la separación entre religiosas y pupilas

123. El concilio no recibió nunca sanción legal124, pero

casi todas sus disposiciones fueron recogidas por el arzobispo

Diego Antonio de Parada en un auto general de reforma

(1775), que mereció la aprobación real en mayo de 1785

El auto sembró confusión e inquietud en los monasterios.

Algunas monjas se creyeron excomulgadas y hubo necesidad

de enviar visitadores para tranquilizarlas. Pero su

eficacia práctica fue bastante limitada. En 1793 el arzobispo

Juan Domingo Reguera desistió de visitar el monasterio de

la Concepción por miedo a provocar mayores males. Poco

antes se había visto obligado a deponer a la abadesa del

monasterio dominico de Santa Catalina. Los esfuerzos de

los obispos de Arequipa por imponer la vida común entre

las catalinas de la ciudad también tropezaron con graves

obstáculos126.

QUE HACIAN LAS MONJAS DURANTE EL DIA

La jornada comenzaba a las

seis con el rezo de prima, al que seguía la misa conventual.

A las 8 el desayuno, que consistía en pan, huevos, leche y

mantequilla. A las 9 volvían a la iglesia para rezar tercia.

De 9 y 30 a 12 era tiempo de trabajo. Las constituciones ordenaban

que lo hicieran todas juntas en la sala de labor, pero

de ordinario se solía hacer en las celdas o reunidas en pequeños

grupos. A las 12 recitaban sexta y a continuación

se retiraban a sus celdas para la comida. La carne sólo faltaba

los viernes. A las tres rezaban nona. Luego había tiempo

para el trabajo y el descanso. Al caer de la tarde rezaban

vísperas, tenían un rato de recreo y, tras rezar completas,

se retiraban a reposar. El rezo de maitines y laudes interrumpía

el sueño a media noche. La vida penitencial no era

particularmente severa. Ayunaban los días señalados por la

Iglesia, tenían capítulo de culpis todas las semanas y se confesaban

todos los viernes. La comunión sólo era obligatoria

en las grandes solemnidades128.

En los conventos de recoletas y descalzas la situación

era muy distinta. Las comunidades eran pequeñas. Si se

exceptúan las concepcionistas descalzas de Lima, ninguna

superaba la barrera de los 40 miembros. Todas vivían en

celdas individuales, sin apenas niñas ni damas de compañía,

comían juntas en el refectorio y vestían del ropero común.

El número de criadas era muy reducido. Por el contrario,

dedicaban largos ratos a la oración, especialmente a la mental,

en la que solían consumir dos horas diarias, comulgaban

muy a menudo, excluían cuanto sonara a peculio personal,

privilegio o trato de excepción, y sus ayunos y penitencias

128 OCTAVIO PAZ, Sor Juana de la Cruz o las trampas de la je, México,

1986, pág. 176. El horario de las catalinas de Puebla preveía un tiempo de

oración mental, misas de devoción y disciplinas corporales, cf. ROSALVA L. LÓPEZ,

Los espacios de la vida cotidiana en los conventos de calzadas de la ciudad de

Puebla, 1765-1773, en / Congreso Internacional, págs. 202-203. Las religiosas

de la Enseñanza Nueva de México se levantaban a las 4 y 30, daban la preferencia

a la oración mental y dedicaban seis horas diarias a la enseñanza, cf. J. MURIEL,

Conventos, pág. 467. Las capuchinas rechazaban toda clase de

rentas y vivían de su trabajo y de la caridad pública130.

La gente advertía estas diferencias y las apreciaba. El

VI Concilio Provincial de Lima (1772-1773) recordó a los

obispos que velaran por el mantenimiento de "tan loables

costumbres": "como en los monasterios que llaman recoletas

no hay sirvientas particulares ni muchachas de educación,

siendo esto tan importante para la quietud de las religiosas,

se encarga a todos los prelados el que celen sobre el exacto

cumplimiento de tan loables costumbres"m. Poco después

el virrey Manuel Guirior escribía en su Relación de mando

(1780): "En los conventos de recolección no hay nada que

notar, salvo en el de agustinas de El Prado, en el que ha

habido que nombrar presidente para aquietar los ánimos"132.



En los conventos calzados tampoco faltaron almas enamoradas

de su vocación. Recordamos a Juana de Jesús y

Gertrudis de San Ildefonso, clarisas de Quito138; Catalina

María Herrera y Juana de la Cruz, concepcionistas de la

misma ciudad139; a Inés de la Encarnación (f 1650), fundadora

del monasterio cartagenero de Santa Clara140; a

Sebastiana Josefa de la Trinidad (1709-1745), monja sumamente

austera y recogida del convento mexicano de San

Juan de la Penitencia141; a Catalina Estrada, clarisa de

Ayacucho, que se distinguió por su caridad para con los

enfermos, y, sobre todo, a María Jesús Tomelín (1579-1637),

concepcionista de Puebla142, y a Ana de los Ángeles Monteagudo

(1602-1686), dominica de Arequipa, beatificada por

1 3 5 J. MURIEL, Cultura femenina novohispana, págs. 398 y sigs.

136 JUAN FLÓREZ DE OCÁRIZ, Genealogías del Nuevo Reino de Granada,

1/3, Bogotá, 1955, págs. 81-84.

137 JOSÉ M. PACHECO, Historia extensa de Colombia, XIII/2, págs. 526-527.

138 R. VARGAS UCARTE, Historia, IV, pág. 44.

139 Luis E. CADENA Y ALMEIDA, Ligera bibliografía sobre el ambiente histórico,

cultural, social y espiritual de la segunda mitad del siglo XVI en Quito...,

en / Congreso Internacional, I, págs. 324-325.

140 José M. PACHECO, Historia extensa de Colombia, XIII/2, pág. 525.

X41 JOSÉ EUGENIO VALDEZ, Vida admirable y penitente de la V. M. sor

Sebastiana Josefa de la SS. Trinidad, religiosa de coro y velo negro en el religiosísimo

convento de San Juan de la Penitencia, México, 1765; J. MURIEL,

Conventos, págs. 175-185.

142 MARIANO CUEVAS, Historia de ¡a Iglesia en México, IV, págs. 203-227;

FÉLIX DE JESÚS MAKÍA, Vida, virtudes y dones sobrenaturales de la v. sierva

de Dios sor María de Jesús, religiosa profesa en el monasterio de la Purísima

e Inmaculada Concepción de Puebla, Roma, 1756; Positio super virtutibus, Roma,

1785; Enciclopedia Sanctorum, VIII, Roma, 1966, ce. 1.008-1.009.

También fue significativa la contribución de las monjas

calzadas a la educación y formación cristiana de la mujer.

Gracias a ellas hubo en Iberoamérica una cierta cultura femenina.

En su libro Cultura femenina novohispana, Josefina

Muriel ha identificado a 102 monjas escritoras y compositoras

de música. En sus conventos las monjas enseñaban a las

niñas las primeras letras y luego las "adiestraban en la música,

el teatro, el baile y en artes y oficios afines, como la

costura, el bordado y la cocina"144. Su labor arrancó a Tomás

Gage, un viajero que recorrió en el primer tercio del

siglo xvn, las siguientes apreciaciones: "Los caballeros y vecinos

envían a sus hijas a estos conventos para que las eduquen.

Allí se las enseña a hacer toda suerte de conservas y

confituras, toda clase de obras de aguja, todas las formas

y estilos de música [ . . . ] . Además, enseñan a esas niñas a

representar piezas dramáticas y, para atraer a la gente, las

hacen recitar" 145.

El 9 de febrero de 1618 Paulo V, confirmando anteriores

intervenciones de Gregorio XIII (1573) y Gregorio XIV

(1591) en favor del convento de la Encarnación de Lima149,

permitió a los conventos limeños de la Encarnación, la Concepción

y Santa Clara la admisión de educandas dentro de

sus muros, y a fines de siglo imitaron su ejemplo los de Santa

Catalina y la Santísima Trinidad 150

En 1573 en las clarisas de El Cuzco se

educaban treinta doncellas pobres. Las posteriores restricciones

de Urbano VIII y Benedicto XIV quedaron en letra

muerta151.

El programa desarrollado

Entre las jerónimas de México profesó sor Juana Inés

de la Cruz (1648-1695), poetisa de delicados sentimientos y

escritora de curiosidad universal. Logró reunir en su biblioteca

privada más de 4.000 volúmenes y todavía hoy atrae

la atención de los poetas y críticos literarios de dentro y

fuera de la nación. En 1982 Octavio Paz, premio Nobel de

literatura, le dedicó una amplia biografía154. Entre las autoras

de escritos autobiográficos descuella sor Francisca Josefa

del Castillo (1671-1741), clarisa de Tunja, que por orden de

sus confesores, compuso en una prosa llena de interés literario

y espiritual su Vida y sus Afectos espirituales166. También

dejaron escritos de interés María de San José (1656-

1718), agustina recoleta de Puebla, Gertrudis de San Ildefonso,

clarisa de Quito, Catalina de Jesús, dominica de la misma

154 Sor ¡uaná Inés de la Cruz o las trampas de la je, México, 1986; de entre

la abundante literatura sobre la ilustre poetisa, pueden verse también los estudios

de FRANCISCO DE LA MAZA, Sor Juana Inés de la Cruz ante la historia, México,

1980, y MARIE-CÉCILE BÉNAssY-BERLrNG. Humanisme et religión chez sor ¡uaná

de la Cruz: La jemme et la culture au xviiemB Siecle, París, 1982 (traducción

española, México, 1983).

ciudad, y tantas otras que están esperando quien rescate

su memoria. Recientemente se ha publicado en Chile la autobiografía

de Úrsula Suárez, que vivió entre las clarisas de

la Victoria en la primera mitad del siglo xvm y es considerada

como la primera escritora del país.

Roma.

ÁNGEL MARTÍNEZ CUESTA, O. R. A.

Monasterios

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